Filosofía
Carolina Salamanca
Preguntas
Recuerdo que esa navidad le pregunté a mi abuelo por qué se había muerto la tía Marta. Y él solo me respondió: “Scio me nescire”. “¿Qué, abuelito?”. “Es latín, mijita, solo sé que nada sé”.
¿Cómo así que no sabía nada? Por lo menos sabía latín. Además, ¿qué era esa respuesta? No solo no me estaba respondiendo nada, sino que me dejaba más preguntas. ¿Se puede decir algo así? Si uno dice que no sabe nada, por lo menos sabe eso, y eso ya no es nada, entonces, ¿cómo se puede decir eso? Y, en últimas, ¿qué es la nada?, y la muerte de la tía Marta, ¿qué?
Después entré al colegio y la cantidad de preguntas aumentó considerablemente. Pero allí encontré algunos puntos firmes que empezaron a encaminar mis intereses: las respuestas las debo encontrar yo sola; con seguridad las respuestas van a ir cambiando, pero eso no significa que no haya algo verdadero y es importante buscarlo, buscar siempre lo que es, no lo que parece, no lo vano, no lo superfluo, no la ostentación que oculta lo esencial; cada rincón de la existencia, cada rincón del mundo tiene un sentido; hablar con claridad y coherencia es necesario para expresar lo que uno piensa y poder entenderse con el otro; algunas veces (muchas) es mejor callar, y, sobre todo, no hay que conformarse con lo primero que aparece, no tragar entero.
Con esa inquietud he vivido siempre. Con la del saber, la de conocer la verdad, la de encontrar respuestas a las preguntas que surgen ante las situaciones que vivo y me desconciertan. Eso es lo que he hecho. Por eso estudié filosofía y de su mano entré a la filología clásica y descubrí que la palabra es fundamental. Entonces me enamoré de la idea de que hay una lengua originaria en la que los sonidos expresan la esencia de lo nombrado –como había leído en el “Golem” de Borges en el colegio– y de que cada lengua expresa un aspecto de lo esencial, que conocer un idioma es adentrarse en una forma de pensar, de conocer y entender el mundo y a los otros.
Sí, con esta actitud he vivido siempre y, por supuesto, me he enredado. Porque el sueño es grande: encontrar la verdad, ¿qué más? Y he fracasado, sí, muchas veces; pero el cuestionarme siempre no me ha dejado quedarme ahí. También he querido desistir, cuando siento que me arrastra la corriente del mundo que no sabe qué es y qué no es, que pretende medir todo con la talla del éxito, que maquilla las motivaciones egoístas con tintes de verdad, cuando siento que no encajo en los modelos que quieren imponerme, cuando escucho que me dicen: “Deje de pensar tanto y sea feliz”… Entonces la capacidad de resistir y de resistirme que aprendí gracias a la educación austera y exigente de Jeangros aparece: ¿y quién dijo que la felicidad no es pensar?, ¿quién dijo que la tristeza es superflua?
Pensar es necesario, pensar por sí mismo es necesario, para salir de los huecos en los que nos metemos, para comprender al otro y acompañarlo en su camino. Y he pasado por largos silencios autoimpuestos, por la alegría de encontrar la mejor traducción para una palabra griega o de entender la gramática de un nuevo idioma, por investigaciones estériles encerrada en mí misma, por el asombro ante la correspondencia de los tiempos gramaticales y el tiempo “físico”, por la búsqueda ingenua de una verdad que sea inmóvil e inerte, por la satisfacción de acompañar a los niños en su exploración curiosa del mundo, por el miedo de no poder comunicarme y perderme, por la plenitud de ser mamá con el desafío que esto implica, por la incertidumbre ante lo que pueda significar caminar en negativo o conocer a alguien después de que ha muerto, por el dolor de escuchar a quienes no encuentran un camino para salir del fracaso, por el esfuerzo de traducir autores que hablan de Dios o de los hombres, del ser y del no ser…
¿Alguna vez se han preguntado si las preguntas que se hacen tienen sentido? ¿Si la curiosidad que sienten tiene sentido? ¿Si vale la pena dedicarse a buscar respuestas? El sentido de mi vida ha sido ese. Y ha valido la pena, porque la existencia no es algo inmóvil, porque la historia no nos deja quietos en una esquina, porque así descubrimos que hay otros alrededor y que todos estamos en la misma búsqueda, aunque a veces no seamos conscientes de ello.