top of page
Refous_Final_edited.jpg

Música

Gaspar Hoyos

Un mundo mejor

Me llamo Gaspar Hoyos. Soy Músico. Flautista. Por un azar de la vida nací en los Estados Unidos, pero mi familia es de Colombia. Crecí en Bogotá y estudié en el Colegio Réfous desde 1977 hasta 1989, año de mi grado de bachiller.

Lo de la música no llegó a mi vida así porque sí. Mis padres, melómanos consumados, poseían una bella discoteca de música clásica, la cual me fui adueñando poco a poco. Horas y horas pasé yo escuchando a Vivaldi, a Beethoven, Mozart y muchos otros compositores, y fue así creciendo mi amor por la música “culta” que generaba en mi alma y en mi corazón tantas emociones. Mi padre me llevaba cuando niño a escuchar conciertos a la sala de conciertos de la Biblioteca Luis-Angel Arango, y al Teatro Colón de Bogotá, escenarios a los que me subiría años después para actuar como flautista solista. Así fue como me enamoré de la música.

Creo que nunca hubiera sido músico profesional de no haber sido por mi familia y el Colegio Réfous.  Interesado por mostrar a todos un arco-iris de posibilidades en la vida, Monsieur Jeangros no dudaba en ofrecer a los alumnos de su colegio actividades aparentemente fuera de lo común. Cada alumno del Réfous recordará  las “vocacionales”. La agricultura, el tejido, la cocina, la cerámica… sin olvidar otras actividades como la música (las clases de instrumentos, el coro, la orquesta), la carpintería, la joyería, los concursos de cometas, los campeonatos de fútbol y de “quemados”, las excursiones, la educación física.  Aspectos variados que son absolutamente necesarios en la vida de un ser humano, y sin los cuales la vida tendría menos colores, menos emociones, menos sentido. Esas actividades cambiaron nuestra vida sin que nos diéramos cuenta. 

 

El espíritu de Monsieur Jeangros (y el apoyo fiel de mis padres) me permitió ser músico profesional. En el Réfous la música o el dibujo no eran más ni menos importantes que las matemáticas o la física. Eso es muy valioso. Todas las áreas tenían la misma importancia para él y, naturalmente, también para nosotros. Nunca consideré el ser músico como una profesión despreciable o insignificante. Al contrario, ser músico es un sueño magnífico para un adolescente. Tener sueños, a cualquier edad, también es importante. Ser músico es considerado como algo completamente fuera de lo común. Eso es olvidar que, apenas hace un poco más de un siglo, la música era practicada casi en todos los hogares, después o antes de la cena, en fiestas y celebraciones de toda índole. Empecé a estudiar flauta en el colegio, y me fue bien.  Hice progresos rápidos y entré al conservatorio de la Universidad Nacional. Recuerdo con cariño y nostalgia el orgullo con el que Monsieur Jeangros me escuchaba cuando tocaba en el colegio para los alumnos. Conté con su apoyo desde muy temprano, y sé que siempre estuvo muy orgulloso de mis logros en el mundo de la música.

 

Estudiar en el Réfous nos permitió dejar de conformarnos con lo normal. Nos alentó a plantearnos preguntas sobre el sentido de lo que hacemos, sobre nuestra misión en la vida y en nuestro oficio. Mi camino en la música es el de muchos. Estuve ganando - y tratando de ganar - premios en concursos de flauta (con el fin de destacarme), tocando conciertos y recitales en bellos teatros del mundo, grabando discos. Finalmente integré una orquesta francesa como jefe de fila de las flautas... y así pasaron algunos años. 

 

Las preguntas - herencia del Réfous y de mi educación familiar - surgieron poco a poco. ¿Cuál es mi misión como músico? ¿Qué puede aportarle al mundo un músico? ¿De qué manera podemos utilizar la música para hacer que este mundo sea mejor? La respuesta surge poco a poco: el ser humano antes que el músico.

 

Sin lugar a dudas el espíritu del colegio Réfous incitaba a llevar este tipo de reflexión. Una educación  -orientada hacia el ser humano completo, hacia el bienestar de todos, hacia la construcción de una sociedad justa e iluminada para todos, dentro de la humildad y el trabajo serio - no podía dejarnos indiferentes.

 

Dicha reflexión tardó años en concretizarse para mí, pues, considero yo, en la música hay que pasar la primera etapa en la que uno se “impone” en el panorama musical internacional como un músico sobresaliente. Esa etapa está coloreada por mucho narcisismo y orgullo. Se la pasa uno ocupado en mostrarle a los otros que uno hace su trabajo bien. Afortunadamente con los años, esos trazos desagradables se convierten en humildad y agradecimiento. Después, sólo después de la humildad y la reflexión, llega el altruismo. Altruismo con una herramienta: mi arte, mi oficio, la música.

 

Desde hace algunos años he pasado mucho tiempo tocando para niños, para ancianos, para gentes que nunca en su vida han escuchado la música clásica, y que la descubren con alegría, con emociones, con los ojos brillantes, con sonrisas y con lágrimas. También he enseñado la flauta a niños de todos los estratos.  Para algunos de ellos la música, las clases de flauta y el hecho de hacer parte de una comunidad sana y pacífica, que obra por un objetivo común, ha sido simplemente la salvación. La música y el contacto con los seres humanos que hacen música, han sido para estos niños la manera de forjarse teniendo fe en la vida y en el hombre, olvidando los horrores de los que han sido testigos: la violencia, el crimen, el hambre, la pobreza, la escasez, la injusticia, la soledad. La ausencia de poesía y de sueños.

 

Nosotros, los artistas, somos la barrera contra el horror. Somos los magos que podemos sacudir un poquito el mundo para obtener chispitas de esperanza, o por lo menos de alegría -poco importa que ellas sean efímeras. Nuestro deber es transportar la música fuera de los recintos consagrados a ella. Llevarla a las calles, a las escuelas, a los hospitales y a los ancianatos.

 

Así podremos dejar un mundo mejor.

bottom of page