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Matemáticas

Andrés Villaveces

La palabra «Réfous» evoca muchas nociones distintas en la mente de sus exalumnos: regletas, disciplina, matemática, lunes de educación física, excursiones, montaña, dubis, y muchas otras más. Pero para mí hoy en día, varios lustros después de haber pasado por los prados y el parqués, por la orquesta y la tarima del colegio, una palabra parece capturar de manera perfecta algo que aprendimos quienes vivimos unos años de formación allá: resistencia.

Claro, puede sonar paradójico. Un lugar con disciplina estricta a primera vista haría difícil cualquier acto de resistencia demasiado inmediato. La verdadera resistencia, como el verdadero aprendizaje, se desenvuelve en el tiempo. Las tres palabras tiempo, paz, paciencia fueron enfatizadas por Monsieur Jeangros en algún discurso de grado, y enmarcan mucho más que lo que a primera vista parecería. Enmarcan el acto de aprender, claro está, pero enmarcan aún más el acto de resistir.

Eso último lo he venido aprendiendo como un “sustrato refusiano” construido a lo largo de muchos años, después de mi grado de bachiller. De alguna manera misteriosa, ante encrucijadas de la vida que me han obligado a tomar posición, a no confundir y a no confundirme, a dejar algún punto importante en claro, la imagen ya remota de eventos vividos durante los años en el Réfous, de fragmentos en la memoria de frases de Monsieur Jeangros, y sobre todo de actitudes vitales vistas más que discutidas, ha regresado. Y esa imagen compuesta de fragmentos me ofrece una esencia de resistencia que considero absolutamente preciosa, como un sorbo de agua fresca después de una caminata durísima en algún desierto de la vida.

¿Por qué resistencia? ¿Por qué me detengo en esa palabra, más allá de las regletas y las dubis, la disciplina y la alegría de aprender a cantar en el coro, los prados y las montañas?

Tal vez porque hoy, en este 2020 que ha resultado tan misterioso y extraño, tan distinto de los años anteriores, tan duro en pérdidas de movimiento y vidas, y a la vez tan dulce en momentos compartidos recuperados, la imagen del Réfous, de ese Réfous primordial que se lanzó en resistencia radical contra los convencionalismos y las ñoñerías de una sociedad hipócrita y pacata, contra la corrupción implícita en el modelo de tantos colegios “internacionales” de un país como el nuestro, contra los grupitos de esos mismos colegios que se reúnen a mirarse el ombligo y nunca entender en qué país, en qué mundo estamos – la imagen de ese rector que, como bien sabemos, había vivido algunos de sus años formativos de juventud defendiendo una torre, la Torre Réfous de Porrentruy, ejerciendo resistencia contra los peores horrores del siglo XX (¡y exponiendo su vida al hacerlo!) – esa imagen ha vuelto de manera muy fuerte a mi mente en estas últimas semanas.

¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos realmente educando? ¿Estamos haciendo ciencia/matemática/arte? ¿Qué sociedad estamos construyendo, en realidad? ¿Qué mensaje estamos transmitiendo a quienes son jóvenes hoy?

No quiero dar respuestas a esas preguntas. Creo que todos los que estamos involucrados en enseñar, en las universidades y colegios, en las casas y grupos familiares, y también los que estamos dedicados a hacer ciencia, arte, matemática, estamos viviendo un momento en el que de repente todas esas preguntas regresaron a un punto de arranque, a un estado primordial, y no hay respuesta rápida que valga. Los famosos tiempo, paz, paciencia de Monsieur Jeangros son paradójicamente más urgentes que nunca en esta época que parece requerir de nosotros tantas respuestas inmediatas.

Y la resistencia – esa resistencia de fondo expandida en el tiempo que vimos ante nuestros ojos (sin darnos cuenta, la mayoría de las veces) durante esos años en los prados, en el tablero del salón de matemáticas, cobra un significado muy radical hoy. Aunque mi memoria es tan fragmentaria, tan disconexa, en 2020 agradezco de manera más profunda que nunca haber podido vivir ese lugar de experimentación mental y resistencia a largo plazo, el Réfous, y agradezco presenciar el sello dejado en tantos otros de nosotros.

Hace unos meses tuve la oportunidad de dar un minicurso en el Colegio. Seis días de matemática del computador. Al lado de los muchos temas vistos, creo que lo más importante de todo para mí fue ver que ese espíritu original –adaptado, claro está, a nuestra época– está presente de manera difícil de precisar pero no por eso menos clara, en los alumnos de once y en el equipo de profesores que continúa el trabajo.

 

Coda: matemática y resistencia en el Réfous – una historia poco conocida.

El Colegio Réfous en temas matemáticos goza del influjo combinado de dos grandes mentes: Georges Papy y Roland Jeangros. Papy participó en su juventud de la creación de algunas teorías muy sofisticadas en topología algebraica de su época. Llegó a ser profesor visitante del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton – el famoso lugar donde Einstein y von Neumann, Gödel y Panofsky, entre otros, hicieron parte de su obra tardía. Luego abandonó ese mundo y se dedicó a llevar la libertad y creatividad de la matemática a niños y jóvenes del mundo entero. Fue una figura de resistencia. Tanto en la Segunda Guerra Mundial (dio clases ilegalmente a niños judíos en la Bélgica ocupada) como luego en su manera de llevar la matemática al mundo entero. Pocos lugares se dieron a sí mismos el lujo de trabajar con él de manera constante: eran uno que otro colegio en Argentina, otro en Estados Unidos, otro en la Unión Soviética, otro en Italia… y uno en Colombia. Es casi increíble la fortuna que tuvimos de haber pasado por un lugar donde esa experimentación mental se llevaba a cabo de manera tan consistente y tan sistemática. En Bélgica el ministerio de educación bloqueó por completo a Papy. Era (también) una figura de resistencia. Y Roland Jeangros no se limitó a adaptar a un colegio en Suba y luego en Cota la enseñanza de Papy: la continuó, con otro tipo de métodos, con otra visión, que combinó de manera muy sutil resistencia, libertad y creatividad.

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